lunes, 26 de marzo de 2007

El mercado renovado.


El Mercado de La Laguna llevaba algunos meses de reformas. Los puestos de flores los habían colocado fuera en la plaza. Pero no era lo mismo, estaban más “desangelados”. Por fin, han acabado las obras y este fin de semana fui a ver cómo había quedado todo. Nunca compro flores y sólo de vez en cuando alguna planta, pero cuando voy los sábados a comprar al mercado, me gusta curiosear y ver a los turistas sacando fotos como si el mercado fuera una gran cosa. Así que me apetecía que las obras acabaran para poder volver a realizar completo mi ritual mercadil de los sábados.
Pusieron suelo nuevo, más brillante, y montaron unas estructuras metálicas para que los puestos de flores pudieran colocar ordenadamente sus ramos y macetas. Pero a mí me gustaba más el batiburrillo de antes, el amasijo de colores y olores, los equilibrios de las tenderas, bailando de puntillas entre geranios y petunias, para llegar a los helechos del fondo.
Y ahora que ando planeando mis propias reformas internas, me he parado a pensar que quizá tampoco me guste el resultado final después de abrillantar y ordenar, y eche de menos mi batiburrillo habitual.


viernes, 2 de marzo de 2007

recuerdo

Me gustaba sentarme a mirarlo. Era como un ritual secreto, y yo una privilegiada a quien se dejaba contemplarlo. Él en camiseta interior, de ésas de las de antes, sin mangas, con patente ancha y tela de agujeritos.

Llenaba el lavabo con agua. Hacía espuma en un recipiente, la más blanca y suave que yo haya visto nunca. La tomaba con la brocha y siempre ponía un poco en mi nariz. Y yo siempre protestaba y me reía.


Luego se embadurnaba la cara y comenzaba a pasar la navaja, lentamente, sin apartar sus ojos del espejo, en una ceremonia que a mí me parecía peligrosísima y mi abuelo alguna especie de superhéroe por hacerla cada día. Limpiaba la navaja en el agua del lavabo y volvía a pasarla por su cara. Repetía el gesto una y otra vez, hasta que la espuma desaparecía de todos los recovecos de su cara.


Después, se lavaba con agua limpia y se daba sonoras palmadiras en la cara con una loción aftershave cuyo olor lo tengo indisolublemente ligado en mi recuerdo a los hombres buenos y valientes.