miércoles, 22 de septiembre de 2010

primera lluvia del otoño


Ha llovido con ganas.

Salgo a respirar el aire recién nacido.


Pero no consigo fotografiar el aroma.

martes, 14 de septiembre de 2010

por el camino


Por el camino hacia Nepal voy recogiendo piedritas de entrenamientos que valen por sí mismos como pequeños viajes cercanos. Este fin de semana dormí en el hombro del Teide, su cono a un lado, el espectacular cráter de Pico Viejo al otro, tres mil metros de isla bajo mí y por encima, el firmamento rebosando y dejándose caer. Me desperté muchas veces durante la noche y era un regalo sacar la cabeza del saco, que me diera el aire frío en la cara y abrir los ojos para que se me llenaran de estrellas.



Es un misterio cómo una montaña puede ser un mundo, lleno de regiones nuevas que descubrir.



Y por otro lado, tengo nueva viejita en casa.
Esta es Linda (la de la izquierda).

Otra perrita de acogida de la perrera que me tiene conquistada.
Es cariñosa, activa, sonriente y, a pesar de sus 14 años, llena de energía.

Como no aparezca familia para ella pronto, me parece que de mi casa no sale.

domingo, 5 de septiembre de 2010

comunión







"Entre nosotros no había templos ni santuarios, salvo los de la naturaleza. Siendo un hombre natural, el indio era intensamente poético. Consideraría un sacrilegio construir una casa para Aquél que podemos encontrar cara a cara en las naves misteriosas y umbrías del bosque primitivo o en el corazón iluminado por el sol de las praderas vírgenes, en las vertiginosas agujas y pináculos de roca desnuda y, más allá, en la bóveda enjoyada del cielo nocturno."

El alma del indio
Ch. A. Eastman (Ohiyesa)


Unas preciosas horas de comunión, solos mis chuchos y yo, por uno de mis caminos favoritos de la isla. Pero tengo que practicarlo más, porque iba fantaseando con quién me podría encontrar... Y primero tengo que encontrarme a mi misma... pero de momento, no me veo por ningún lado. ¿Dónde me habré escondido?

conexión


Un día tras otro, yo paso a la misma hora en el mismo tranvía. Intento sentarme en el mismo asiento para que me localices fácilmente. A veces está ocupado, a veces tengo que ir de pie. Tú siempre ahí en la misma parada. Al principio me extrañaba que no cogieras el tranvía. ¿Qué hacías entonces ahí cada día? Mirarme y sonreirme. Día tras día. Empecé a fantasear con que la causa de que estuvieras siempre en la parada para no tomar el tranvía era simplemente, o maravillosamente, para verme, para sonreírme. Para que yo te vea, para que te sonría.


Un día no estabas. Ese día me faltó algo. Un día llegaste corriendo justo cuando el tranvía arrancaba y no pudiste evitar levantar la mano para saludarme mientras yo me alejaba y mi corazón se aceleró como el de una quinceañera. ¿Cuánto llevamos así? A mí me parece que toda la vida. Tantas veces he pensado en bajarme yo y acercarme, atravesar el cristal que siempre nos separa y nunca me he atrevido. Y hoy por fin los dioses griegos, el dios justiciero o el azar travieso, hacen que nos encontremos en un bar ¿y no me reconoces?