En nuestra cultura la muerte es tabú, está feo hablar de la muerte de los otros, incluso de cómo queremos la nuestra y qué queremos que hagan con nuestros cuerpos cuando ya estén inertes.
Cuando alguien está en estado terminal y es ingresado en un hospital, es difícil conseguir que muera rodeado de su familia. Es difícil que una familia esté preparada para rodear a un ser querido y acompañarlo en su muerte.
Cuando mi tia abuela murió, murió en mi casa, rodeada de su familia. Yo era pequeña y a mí me lo evitaron. Pero ella murió muy lenta y dolorosamente, por ese extraño concepto de la no-ética de la eutanasia.
Sin embargo, cuando murió el perrito Skipi, yo le ahorré horas de sufrimiento mediante una inyección y él murió en mis brazos mientras yo sorbía mis mocos y le acariciaba y le hablaba y le tranquilizaba.
Me duele que no seamos tan humanos con los humanos.
Cuando mi padre murió, fue tan de repente que no pude o no quise oir que los médicos me decían que le quedaban horas. Yo era bastante joven. Y tengo la espinita clavada de no haber tenido la suficiente madurez para encarar la situación, para haber aceptado lo que iba a ocurrir, haber hablado con mi padre, que no llegó a saber la gravedad e irreversibilidad de su estado, haberme despedido, escuchado lo que quisiera encargarme y haber aguantado su mano en su últimos momentos.
De esto hace 15 años y aún se me pone un nudo en la garganta.
Yo quiero ser lo suficientemente fuerte para acompañar en la muerte a mis seres queridos y quiero tener a alguien lo suficientemente fuerte a mi lado para que, aunque se sorba los mocos, me acaricie, me hable y me tranquilice cuando llegue la mía.
Y luego quiero que mis restos sirvan para alimentar a otros bichos, directamente, abiertamente. Sin intermediarios.
Pero aquí la muerte es tabú y eso es ilegal.
Por eso, en nuestra cultura, el siguiente vídeo puede parecer desagradable, puede herir ciertas sensibilidades, pero a mí me parece de una belleza desgarradora.
La muerte es fuente de vida.