Muy cerca de Kathmandú está el Parque Nacional de Shivapuri. Un lugar donde van de excursión los niños de los colegios privados, o las parejitas suben en vespa a ver el atardecer y salir de la nube de la ciudad, pero donde no van turistas, porque el Himalaya hace sombra a cualquier otro lugar. Pero que, cuando se va con algo más de tiempo como era nuestro caso, bien merece una visita.
El camino sube escarpadamente y se remansa en rellanos según se acerca a la cima, a través de un bosque de gruesos troncos, lianas trepadoras, haces de luz, helechos del mundo perdido, algún mono y olor a oxígeno.
Por el camino nos salió al paso T i g e r B a b a. Baba significa padre y es como se les llama cariñosamente a esa especie de santones de largas barbas y costillas a la vista que piden limosna a cambio de que les saques una foto. Pero también los hay de verdad, como T i g e r, que lleva nada menos que quince años viviendo como ermitaño en diferentes sitios, aunque en la casa cueva donde nos invitó a pasar, apenas llevaba un mes.
Nos contó que había estudiado cocina en Calcuta y trabajado en hoteles, pero que esa vida no era para él. Le intentamos regalar la comida que llevábamos, pero solo aceptó lo que no tuviera cereales ni azúcar. Los frutos secos le encantaron.
Él tiene aquí una misión: cuidar de una fuente cercana, limpiarla, embellecerla con guirnaldas de flores, hacerle ofrendas de pintura e incienso. Agradecer el milagro que es una fuente de aguas limpias que mana cerca de la cumbre de una montaña. Es una bella misión. Un lugar que transmite cierta electricidad en la piel.
Gran parte del descenso me lo pasé pensando qué porcentaje de baba podía haber en mí.